Volcán Domuyo, 4702 m. Neuquén, Argentina
Klaus Hohf, Gabriel Ceballos, Tobias Hellwig
Camino al Volcán Domuyo |
Hace ya muchos años, en lo que fuera mi primera aproximación
al montañismo ascendiendo el volcán Chillán Viejo, un hecho quedó profundamente
grabado en mi mente. Llegaba yo a la cumbre y la vista era espectacular. Hacia
el norte y el sur la majestuosidad de la cordillera de los Andes. Me sentí
genial, me sentía liviano, me sentía satisfecho. Pero algo me llamo
profundamente la atención. Hacia el este, ya en territorio argentino, se alzaba
una montaña anormalmente gigante. Como era posible que hubieran cerros de esas
características en donde yo suponía, debía haber solo pampa?, donde yo suponía
que no había más cordillera. Ese gigante, que más tarde sabría que se llama
Domuyo, quedó grabado en mi mente. Pasaron los años y me di cuenta que el
montañismo era lo mío. Conquistar lo inútil, vencer lo intangible, superarse a
si mismo son las cosas que me cautivaron. Cuando ya había ascendido a casi la totalidad
de las altas cumbres del sector, me volvió a la mente la imagen del Domuyo. En
marzo de 2012 ascendí con algunos amigos a los volcanes Chillán, y desde lo
alto de la montaña pude observar nuevamente este coloso. 4700 metros y tan
cerca de casa!. Me quedé un buen rato mirándolo, sintiendo la atracción que puede
ejercer una montaña sobre la mente del montañista. Los primeros días de
noviembre fuimos al Nevado de Longaví y desde su cumbre lo escuchaba hablar.
Palabras silentes que traía el viento, pero lo sentía hablar. Y ya no pude
aguantarlo.
El Domuyo llegando al campo base, ubicado bajo los neveros a la derecha. |
Para año nuevo, con una improvisada organización partimos a la
aventura. Antuco, Laguna del Laja, Paso Pichachén y ya estábamos en Argentina.
Sobre lo alto de un lomaje pampino de pronto aparece la Cordillera del Viento
frente a nosotros con unos colores mágicos, una de esas puestas de sol que
quedan grabadas en la mente. Nubes lenticulares pintadas de rosado y rojo
acompañando la magnífica postal. Y al fondo, como escondiéndose tímidamente a nuestra
vista, el Domuyo. El viaje aún era largo y ya cuando nos ganaba el cansancio
acampamos al borde del camino un una profunda
quebrada. Ya con la imagen del Domuyo en la mente dormimos tranquilos.
Recién cuando el sol nos sacó de la carpa partimos recorriendo los kilómetros
que faltaban. Ganamos altura y vemos los Chillanes a la distancia, hacia el
oeste. Llegamos al Playón a eso de las once y comenzamos a caminar rumbo a los
pies del Domuyo, campo base. Bonitos paisajes acompañan mientras nos internamos
en el cajón del río Covunco. La vista de pronto se abre y la cara sur del
Domuyo frente a nosotros nos deja sin aire. Que majestuosa montaña!. Después de
tres agradables horas llegamos al campamento base. Buscamos un buen muro pues
corre algo de viento y nos relajamos para mañana subir a las alturas de la
montaña. La tarde es agradable y llenamos los pulmones con el aire a los
3000 metros que tiene un tercio menos de oxígeno que en casa. Durante la noche
el viento lejos de disminuir, aumenta. La cordillera del viento le hace honor a
su nombre y no nos permite dormir mucho hasta las 4 de la madrugada, hora
del toque de dianas. Nos espera un largo día, por lo que nos preparamos para
salir y enfilamos rumbo a las alturas neuqueninas. Al ir llegando al filo que
debemos seguir durante las próximas horas comienza a clarear el horizonte y
podemos guardar las linternas frontales. Pero el viento está lejos de
disminuir. Nos golpea con furia haciendo incluso difícil respirar por momentos,
obligándonos a cubrirnos el rostro con las manos y a resguardarnos detrás de
cada una de las rocas que encontramos en el camino. Vuelan pequeñas piedras que
al impactar con el rostro generan un profundo dolor, obligándonos a caminar
curvados, protegiéndonos de este brutal ataque. Cubierto completamente y sin
poder mirar con atención cruzamos el filo en búsqueda de algo de protección al
viento, cosa que efectivamente encontramos. En el intertanto comienza a
asomarse el sol y nos regala una asombrosa vista de la cordillera de los andes
desde los Chillanes al sur.
Pasados los 4000m la nieve blanda dificulta el caminar. |
A los 4000 m y después de cruzar un collado comienza
la nieve y es el momento de usar los crampones. La marcha se vuelve complicada
por la profundidad de la nieve caída la semana anterior y la falta de aire.
Esta gran nevada mantuvo por días en suspenso nuestro viaje ya que el paso
internacional estuvo cerrado debido a la anormal y gran cantidad de nieve que
se juntó sobre la cordillera. Unos 300 metros más arriba, y atravesando una
extensa ladera nevada de pronto sentí irse toda la energía de mi cuerpo. Doy
algunos pasos y siento que he corrido una maratón. Agotamiento y nauseas me
invaden fuertemente. Con el cuerpo completamente desfallecido pienso en el
recuerdo de mi primera visión del Domuyo, sentimiento que se antepone al estado
de agotamiento. Ahí, con un cuerpo sumamente cansado sigo avanzando paso por
paso, metro por metro. Ingiero mucho líquido, intento consumir energía en forma
de azúcar a pesar de las fortísimas náuseas y sigo los pasos de los otros que
ahora abren huella. Después de interminables minutos, de innumerables pausas, una
ladera interminable de pronto parece acabar. Nos acercamos por la orilla y observamos
el plateau cumbrero, la laguna que guarda numerosas leyendas y la cumbre frente
a nosotros. Con un sufrimiento infinito cuento cada uno de los pasos faltantes.
Lentamente y con numerosas pausas de pronto lo logro. Estoy parado ahí donde mi
imaginación me había llevado numerosas veces. Estoy ahí donde los sueños me han
dirigido. Estoy en la cumbre del Volcán Domuyo, que con sus 4702 metros es el
techo de la Patagonia. La más lata cumbre de la provincia de Neuquén, en el
vecino país de Argentina. El cansancio desaparece con la vista que se pierde en
el horizonte. Ya no importa el frío, el viento ni ningún sufrimiento. Toda la
cordillera de los Andes al frente nuestro, esta vez desde el otro lado, desde
donde nace el sol en cada amanecer. Largos minutos disfrutando de este
espectacular paisaje antes de que comenzáramos el descenso.
Cumbre del Volcán Domuyo. Atrás la cordillera de los Andes. |
Por la nieve
descendemos rápidamente y luego continuamos por el terreno seco. Bajamos
mientras observamos en casi todas las piedras fósiles, algunos incluso del tamaño
de una mano. Luego de algunas horas de interminable descenso estamos de regreso
en el campamento base en donde descansamos el cuerpo luego de tanto esfuerzo.
Cuando el cuerpo ya ha recuperado la capacidad de caminar, y considerando que
aún es temprano, tomamos la decisión de bajar hasta el vehículo, dado que es
bastante seguro que en la noche corra viento fuerte que no nos deje dormir
nuevamente. Extraordinariamente y en muy poco tiempo llegamos al Playón, sector
donde dejamos el auto.
El Valle del Río Covunco. |
Nos dirigimos a el sector de Villa de Aguas Calientes,
en donde a pesar de no contar con dinero argentino nos permiten quedarnos por
la noche. Bendita hospitalidad Argentina! Cuál no sería el relajo cuando nos
dirigimos al río de agua caliente y disfrutamos de un indescriptible atardecer
sobre el Volcán Chillán desde un cómodo pozón de aguas termales. Con esta
vista, con el último atardecer del año, y meditando acerca de la aventura
vivida terminamos el viaje. Muchos pensamientos recorren la mente, esperando
que el nuevo año que llegará con el próximo amanecer traiga infinitas nuevas
aventuras. El día siguiente volvemos rumbo a Chile, en donde de seguro que recordaremos
gratamente esta montaña mágica, gigante y preciosa, el mítico Volcán Domuyo.
La despedida: última puesta de sol del año desde las aguas termales de Villa de Aguas Calientes. |
Tobias Hellwig, 2013