17 junio 2012

Palabras antiguas

Cada vez que escribo un par de palabras me da la impresión de que simplemente he perdido la habilidad para escribir. Simplemente escribo ideas desordenadas, son una conexión aparente, sin lógica alguna. Pero después lo vuelvo a leer después de algunos meses y me da la impresión de que realmente es mejor de lo que pienso. Después de todo esto tiene sentido!

Recorrí las más altas montañas, caminé por los más profundos valles. Navegué por los más temibles mares, y nadé por los lagos más lejanos. Buscaba una respuesta a todo, una respuesta a la vida y la muerte. Buscaba con cada paso el significado de lo que me rodea y de lo que me compone. Buscaba entender el porque soy capaz de entender, buscaba disfrutar el hecho de poder disfrutar. Buscaba con cada nuevo día comprender el sol que se levanta por el horizonte, los ríos que corren tranquilos y los pájaros que cantan sus bellas melodías. Pero por más que caminara lejos, por más que viajara solo, por más que conociera este mundo sin fin, la respuesta no aparecía. Buscaba mi Ciudad de los Césares de las respuestas, buscaba El Dorado de la sabiduría, buscaba mi Trapananda de la vida. Buscaba algo que sabía que no podía encontrar, pero aún así lo buscaba. Buscaba tanto que no me di cuenta de lo que había encontrado. Había encontrado en el camino una historia. Una historia sin final, que cada palabra era su objetivo. Una historia en que el desenlace era cada una de las páginas que lo conformaban. La historia de mi vida.

Sierra Velluda desde las laderas del Antuco