28 noviembre 2006

Brújula Parte 1

Aquí les dejo la primera parte de mi pequeña novela. Todabía no he decidido un nombre, por eso lo dejo brújula. Vale la pena leerlo. Dence la pequeña lata.




Brújula

Íbamos remando en el bote en que iba el capitán. Encabezábamos la fila de botes que se acercaban a la playa. De pronto se oyó un disparo. Todos los botes dejaron de remar por unos momentos para percibir las palabras; “Usted, manos en alto!”, “no se preocupe oficial, soy yo, el Cabo tercero”. Dejaron de sonar los ecos de aquella conversación cuando los remos prosiguieron su marcha por la niebla. Una pequeña sacudida sentimos cuando tocamos con la arena de la playa. No descendimos del bote inmediatamente, sino esperamos a que una docena de naves más estuviesen preparadas para el asalto. Con un movimiento de manos que se fue repitiendo en todos los botes descendimos lentamente y comenzamos a caminar por las limpias arenas. Solo a unos pasos nos encontramos con un muro. No pegamos a el y comenzamos a explorarlo en busca de una obertura para ingresar a la dormida aldea. Rápidamente encontramos una puerta de madera a la que prendimos fuego. Encendió rápidamente, pero llamó la atención de numerosos militares que se aproximaron. Nos abalanzamos rápidamente por el pequeño hueco humeante gritando para causar miedo y terror en los civiles y armados. Había comenzado otra revuelta en un puerto. No transcurrieron ni 2 minutos cuando la parte superior del muro ardía en llamas, que rápidamente se fue expandiendo a las casas más cercanas. En solo unas horas el botín formaba un cerro en la playa y la ciudad prácticamente desaparecía entre las llamas y las cenizas.

De pronto llegó en grupo cargando a un compañero que inmediatamente reconocí. El capitán había recibido un proyectil en su torso. Extrañamente todavía estaba consiente y nos ordenó volver al barco. Como siempre, remé en el bote del capitán que botaba sangre por montones. Al llegar al barco, lo tendimos en la cubierta de una mesa de la cabina del primer oficial y nuestro “médico” lo revisó. Pidió que lo dejáramos solo para poder hacer una intervención. Luego de una hora salió de la sala con las manos cubiertas de sangre y nos informó que ya había salido del mayor peligro. Nos retiramos para ayudar en las tareas de embarque del botín, que ya casi estaba finalizado. Uno de los tantos barriles de ron fue abierto para comenzar con la loca celebración que terminaría recién con el amanecer. Solo unos momentos después ya estaban todos ebrios. Pasada la medianoche apareció el capitán con una enorme venda en el cuerpo, y no dudó en acompañarnos por unos momentos. Las riñas abundaban en la cubierta, y mas de uno terminó gravemente herido, si es que no muerto o ahogado.

Al despertar, me encontré semidormido sobre un barril destruido en proa. Levanté la vista y vi a mi derecha un pueblo convertido en cenizas que todavía expulsaban largas y finas columnas de humo. Un pequeño bote se acercó a la borda y luego de desembarcar se acercó a mi. Con un bastón me golpeó la espalda para despertarme, pero como yo ya estaba despierto simplemente me giré para ver de que se trataba. Era uno de los más ancianos del grupo de marineros. Me preguntaba por el capitán. Lo acompañé para informarme acerca de los movimientos a realizar con la nave. Lo encontramos tendido en su hamaca, con un paño suelto estirado sobre su cuerpo. Despertó inmediatamente y me comunicó que despertara a la tripulación para comenzar nuestro viaje hacia el norte, con el fin de huir de la flota española que se acercaba desde el sur velozmente. En solo dos horas estábamos listos para el zarpe, pero el capitán no nos había dado órdenes todavía. De pronto se oyó un fuerte grito que provenía desde la canasta de observación. Un galeón español apareció en la entrada de la bahía tan rápido como el capitán salió de su camarote. Rápidamente corrieron todos a sus respectivas posiciones para zarpar lo antes posible. El ancla fue levada, Hombres estiraron las velas, las cuales se inflaron inmediatamente, y otros tantos se escondieron bajo la cubierta en posición de combate.

El viento estaba a favor nuestro, pero el buque español podía rápidamente cerrarnos la salida del norte de la bahía. Un disparo de advertencia calló muy cerca nuestro y nosotros contestamos izando nuestra bandera negra con espadas y calaveras. Inmediatamente comenzó el combate, pero la distancia entre los buques era tal, que ningún disparo daba en el blanco. Una enorme nube blanca de pólvora quemada escondió los dos buques. Los disparos continuaron, y más de uno destruyó parte de nuestra embarcación, haciendo volar miles de astillas que se clavaban por doquier. Debido al viento, nuestro barco salió mas rápido de la bahía que el otro buque y ahora escapaba muy de cerca del gigante galeón. Los españoles disparaban constantemente cañonazos desde proa, los cuales caían a solo metros de nuestro timón. Las enormes columnas de agua levantadas por los impactos, mojaban toda la cubierta, transformando el puente en una pista de patinaje. El enorme calado del enemigo nos fue favorable en el momento de la carrera, y lentamente la distancia entre ambos crecía más y más.

Continuamos nuestro escape pegados a la costa para evitar ser sorprendidos por flotas enemigas en las rutas comerciales de alta mar. Poco a poco comenzamos a revisar los objetos robados en el puerto, encontrando entre ellos numerosas armas, pólvora, ron y alimentos. También encontramos joyas, mapas y oro. Una pequeña caja había pasado desapercibida entre las miles de manos que se abalanzaban sobre el botín, pero la curiosidad me llamó. Al sujetarla, noté varios grabados en cuero muy extraños que parecían huesos y diamantes. La abrí y noté que se trataba de una brújula. En el interior de la tapa había una marca que me pareció muy familiar. Traté de recordar alguna situación en mi vida en que haya visto algo parecido, pero no logré recordar nada. Como no tenía ningún valor, me la llevé y la guardé en mi cajón. Todo el día estuve pensando en qué lugar y cuándo vi ese logotipo que más parecía un símbolo antiguo. Realicé todas mis tareas torpemente aquel día, porque no me di por vencido en encontrar un significado a aquella extraña marca. Antes de dormir en la noche miré por última vez la caja de cuero. Dormí como nunca. La concentración era tal que logre recordar uno de los tantos sueños de manera exacta: Caminaba por un campo muy verde. A mi derecha había un único árbol, el cual tenía varias ramas secas. Caminé alrededor del árbol hasta que caí en un hoyo que estaba camuflado por el largo pasto. El agujero era negro y no dejaba de caer. En la caída recordé el logo extraño, que parecía estar flotando alrededor mío. Al caer, despierto bruscamente. Al abrir mis ojos, pude recordarlo todo. El hecho ocurrió cuando yo era solo un niño. Jugaba junto a un amigo en un campo cercano al pequeño pueblo en que yo vivía, en la costa oeste de Francia. Jugábamos a subirnos al árbol que era exactamente como lo soñé la noche anterior. Yo me encontraba sobre el árbol y mi amigo corría en círculos alrededor de este. De pronto calló en una pequeña apertura de una cueva que no se podía ver desde la superficie porque estaba oculta por tierra y pasto. Mi amigo comenzó a llorar desde el interior de la caverna. Bajé del árbol y me acerqué a la pequeño agujero. Ayudé a salir a mi compañero de travesuras para comprobar que solo era un rasguño. Yo entré a la caverna curiosamente, y encontré en su interior un baúl entre las rocas. Despejé lo suficiente como para abrirlo. En el interior había un tubo de papeles que se encontraba bastante roído por la humedad. Lo saqué al exterior para que mi amigo lo viera. Lo desarmamos y encontramos un mapa muy antiguo. En la esquina superior estaba aquel logo. Como si fuese el nombre de alguna civilización escondida y ese era el mapa para encontrarla. Entre los dibujos del mapa recuerdo una cascada con la forma de un rostro femenino, un río que avanzaba en S y una caverna que parecía una calavera. Habíamos escuchado una voz, por lo que lanzamos todos los papiros antiguos hacia el interior del oscuro hoyo. Continuamos jugando en el árbol hasta que pasó aquella pareja, para luego despedirnos y volver cada uno a su hogar. Después de eso no volví a ver nunca más a mi amigo. Volví dos veces al árbol, pero no vi a mi compañero ni logré encontrar la entrada de la caverna. Una semana después de que encontramos el mapa, mi padre me envió al puerto, donde me embarcaron en un barco mercante donde debía vivir el resto de mi vida. Aprendí a vivir en el mar y fui destacado como uno de los mejores marineros del barco. Protagonicé el levantamiento en contra de mi capitán en uno de los primeros viajes hacia el nuevo continente. Muy pronto conocí los piratas cuando asaltaron el puerto en que vivía y donde me tomaron prisionero, para luego sumarme en la escasa tripulación pirata del momento.

El toque de corneta me despertó de aquel sueño despierto. Me levante torpemente y abrí mi cajón. Saqué la cajita y la observé pensativamente. Me la guardé en el bolsillo, cerré el cajón y salí a juntarme con el capitán. Le conté la historia cuidadosamente y este no me contestó. Le dejé la brújula sobre el escritorio y me retiré. Al salir, un cañonazo sacudió fuertemente el barco completo. Subí corriendo al puente y busqué el origen de aquel disparo. No vi ningún barco en la cercanía mientras que recorría con mi vista la costa en busca de alguna columna de humo. Me quedé mirando un punto cercano a una playa, cuando observo otra explosión entre los árboles. Acto seguido sentí que el barco se estremeció completamente y corrí a protegerme de la caída de astillas resultantes de la explosión del proyectil en la proa. Rápidamente se llenó la cubierta de hombres que se ponían en sus respectivas posiciones para hacer contrafuego. Varios cañonazos no se acercaron ni un poco al objetivo, pero luego de unos minutos la puntería mejoro y logramos eliminar a aquel enemigo del mapa. Lo extraño era que una avanzada española se hubiese desprendido tanto hacia el norte, y eso ponía en riesgo nuestro fondeadero que ocupábamos para anclar durante varios días que se encontraba a unos 3 días a pié desde aquel lugar. Aquella tarde el atardecer fue irreal. El cielo se había teñido de un color naranjo tan fuerte, que escuché a varios decir que el horizonte se estaba quemando. Todos los tripulantes estaban inclinados hacia babor para poder observar tal magnífico hecho. Al alejarme de mi puesto junto a un cañón, observé nuestra bandera que flameaba extrañamente. El viento estaba cambiando de dirección, pero la escena llevaba a pensar que el demonio estaba sobre el buque. Le informé a nuestro encargado meteorológico, quien se asombró tanto o más que yo. El desapareció en busca del capitán, por lo que me quedé solo. Unos minutos más tarde, mientras recorría el galeón pensativamente, me crucé con el capitán, quien tenía un rostro de muerte. El se acercó a mí y me alcanzó la brújula. Inmediatamente exclamó; “Esta brújula no sirve, no apunta al norte”. La guardé en mi bolsillo mientras que el capitán me daba las espaldas y yo me giraba para poder observar los últimos rayos de luz.

Despertamos agitados. El velero se balanceaba mucho y las tablas crujían en cada vaivén. Salí de mi camarote y me dirigí a la cubierta. Una ola golpeó fuertemente la proa y esta saltó unos 20 metros por sobre el barco. Luego mojó las velas, en donde varios marineros intentaban tensar los cables para guardar algunas telas. El puente estaba muy resbaladizo y tuve que caminar con mucho cuidado. El mástil se movía peligrosamente y amenazaba con partirse, mientras el capitán gritaba eufórico para que los hombres que se movían en las alturas apuraran sus tareas. Miré hacia lo alto para observar esas peligrosas tareas y de pronto, un fuerte sacudido del bote hizo que un hombre resbalara desde uno de los mástiles. Su grito ensordecedor aumentaba mientras su cuerpo desesperado se acercaba al mar. De pronto el grito dejó de sonar, y después de unos segundos golpeó el agua. Varios se acercaron a la baranda para observar como el inerte cuerpo era tragado por las blancas olas. Sin que nadie se percatara, nos acercamos a la bahía del río San Juan, la cual es conocida por los arrecifes que la rodean. Lancé un grito para alarmar a la tripulación y al capitán. Inmediatamente el timonel cambió el curso del barco, pero el viento era tan fuerte que continuó con su trayectoria hacia los arrecifes. Varios nos asomamos para poder ver el resultado de la medición de profundidad, pero quedamos plasmados al ver que numerosos colores se paseaban unos metros debajo del barco. Una fuerte sacudida nos botó a todos. Habíamos encallado. El capitán me ordenó ir a revisar los daños bajo la línea de flotación, lo cual obedecí inmediatamente. Bajé corriendo varios pisos de la escala para dirigirme hacia la planta inferior. Al pisar uno de los últimos escalones, noté que todo el piso estaba inundado. Al fondo logré notar una abertura en el casco, por donde el agua se precipitaba rápidamente hacia el interior del barco. De pronto una ola golpeó el barco y lo ladeó de tal manera que caí y me hundí en el agua almacenada en la cubierta inferior. Nadé para llegar al pasamano y poder salir de ese peligroso lugar. Después de mi desesperado escape logré salir a la cubierta, donde todos se aferraban fuertemente para no resbalar y caer a las peligrosas aguas. Otra enorme ola golpeó nuevamente el barco y lo ladeó de tal manera que el casco quedó totalmente descubierto. El mástil que se sostenía de manera imposible comenzó a ceder debido al peso de las velas mojadas. Un fuerte crujido avisó con unos cuantos segundos de anticipación la caída definitiva de este. Varios hombres se precipitaron al agua junto con el palo mayor. A lo largo de los minutos las olas iban creciendo de tamaño, las cuales golpeaban fuertemente el casco que se rompía lentamente. De pronto el barco fue llevado por una ola y encallado nuevamente a unos metros, pero esta vez tablones se salieron de sus lugares y cayeron junto con el resto de la tripulación al mar. Las enormes olas golpeaban a los desafortunados hombres contra los corales, mientras otros, entre los cuales me cuento yo, percibían el peligro y nadaban hacia el hueco en los corales que marcaba una entrada de mar, en donde las olas eran de menor tamaño. El barco terminó de destruirse cuando una enorme ola de unos 10 metros lo lanzó en contra de las rocas del fondo. Nosotros giramos la vista para no sufrir con la destrucción de nuestro querido galeón. Nadamos como pudimos hacia la extensa playa, mientras las olas nos golpeaban por la nuca. Un tripulante que nadaba a mi orilla desapareció después de que una enorme ola lo tragara por siempre. Podía ver cuando me asomaba en la cresta de una ola que ya varias personas habían logrado tocar tierra, pero mi cansancio era tal que no lograba apurar más el nado. Una ola me tragó y me arrojó contra el fondo de arena. El aire se me acababa y no lograba alcanzar la superficie. Otra ola me ayudó arrojándome a la superficie, mientras logré sentir el suelo, por el cual me arrastré rápidamente. Me tendí en la arena seca boca arriba. Unos minutos después, un hombre me movió el hombro, avisándome que nos reuniríamos para contabilizar a los afortunados sobrevivientes. El grupo que ya se había reunido era de aproximadamente 40 personas, y unas cuantas estaban por llegar. Entre los que se encontraban en el grupo, cabe destacar el capitán, Joan Pitot, un francés experto en cartografía y uno de los músicos del barco. Como la noche ya estaba por caer, reunimos a los mejores escaladores, entre los que me cuento yo, y subimos a las palmeras para sacar hojas para cubrirnos en la noche y cocos para poder alimentarnos. Otro grupo recorrió la playa en busca de restos del barco para hacer una fogata y mantener alejadas las fieras.

Despertamos con el fuerte ruido de las olas y quedamos plasmados al abrir los ojos y encontrar el cielo azul. Me levanté y noté que la fogata arrojaba una delgada columna de humo. Miré el horizonte y noté que sobre los coloridos corales se alzaba el esqueleto de nuestro compañero de madera, que el día anterior había navegado normalmente. Recorrimos la playa juntando todo tipo de artefactos que llegaron flotando hasta las blancas arenas. Recogimos todos los restos para hacer hogueras todas las noches, pero lo único rescatable fue un tambor que le perteneció a la banda musical. Del tesoro robado en el puerto pasado, nada. Recorrimos unos kilómetros río arriba, pero no encontramos ningún signo de vida entre las enormes plantas selváticas. En la tarde, mientras descansábamos de la larga y difícil caminata, una enorme fragata española se asomó por el sector sur de la bahía. Era claro que aquella era la que nos abrió fuego en nuestro escape. Al parecer, no asociaron los restos de nuestro barco con el que andaban buscando y nadie observó hacia la playa, en donde nos aglomeramos para observarlos pasar. Nadie gritó, porque no queríamos terminar prisioneros de nuestro enemigo, pero tampoco queríamos morir en aquel paradisíaco, pero endemoniado lugar. Lentamente se cruzó por la bahía mientras girábamos nuestras cabezas siguiendo la blanca estela que brillaba con el tenue sol.


Continuará...

2 comentarios:

Alex WB dijo...

Molto veio, pero los piratas/corsarios/marineros... ¿de que nacionalidad son? Ingleses, franceses, portugueses, holandeses?

Me gusta hasta ahora como va, aunque no me acostumbro a tu forma de escribir con sus repentincos flashback y flashfobard, utilizando terminología del cine, pero es un recurso que es utilizado y es respetable.

Saludos

Alex Wendler

Tobias Hellwig dijo...

holandeses, y con una gran mayoria de otros países.